Leer | JUAN 21.15-19
30 de julio de 2012
Todos nosotros pasamos por el valle del fracaso. Pero la pregunta clave es: ¿Qué haremos después? Lamentablemente, muchos creyentes que tropiezan renuncian a una vida vibrante de servicio en el reino, aceptando una vida de derrota. Pero el fracaso puede ser también una oportunidad para comenzar a vivir de nuevo con la fortaleza de Cristo.
Por su orgullo, Pedro pensó que su fe era más fuerte que la de todos los discípulos, y juró que aunque los demás abandonaran a Jesús, Él jamás lo haría (Mr 14.29). Pero cuando llegó el momento de la prueba, negó conocer a Cristo —y lo hizo tres veces (Mt 26.69-75). Satanás esperaba que el discípulo quedara tan herido por su deslealtad, que su fe se viera arruinada.
Asimismo, cuando el enemigo nos zarandea, su propósito es arrinconarnos y hacernos inútiles para el reino de Dios. Es por eso que ataca nuestros puntos fuertes, especialmente las áreas en las que nos consideramos invencibles. Pero si estamos dispuestos, el Señor puede utilizar nuestros fracasos para limpiar nuestra vida, como lo hizo con Pedro. Después de la resurrección, Jesús se reunió personalmente con el discípulo y lo restauró, preparándolo para que se convirtiera en un gran líder. El Señor le aclaró a Pedro que su potencial para servir había sido definido, no por su fracaso, sino por su firme amor a Cristo.
Pedro depuso su orgullo, recibió la sanidad que le ofreció el Señor Jesús, y se vistió de valor con la ayuda del Espíritu Santo. Luego arriesgó su vida para llevar el evangelio, y así otros pudieran conocer de Cristo. El fracaso fue el catalizador que creó en Pedro una fe más fuerte y más auténtica.
Dios te bendiga!
Amen!
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