Leer | FILIPENSES 4.6,7
10 de julio de 2013
Todos tenemos responsabilidades, ya sean con el trabajo, la familia, la comunidad o la iglesia, y con razón podemos sentir algo de preocupación acerca de cómo cumplir con estos compromisos. Pero cuando a nuestra preocupación natural le falta equilibrio, el resultado es la ansiedad.
Aunque Pablo enfrentó pruebas extremas (2 Co 11.23-28), podía decir: “Por nada estéis afanosos”. Entendía que la ansiedad revela falta de fe —no es posible estar ansioso y al mismo tiempo confiar en Dios. El desasosiego también agota las energías, divide la mente y entorpece el servicio efectivo al Señor, porque mantenemos nuestro enfoque en nosotros mismos, en vez de en Dios.
Para mantener el equilibrio en cuanto a las preocupaciones, debemos presentar nuestras peticiones a Dios (Fil 4.6), quien está listo y dispuesto para encargarse de cualquier preocupación que le traigamos. Hacemos esto por medio de...
• La oración. La palabra griega implica adoración a Dios y el reconocimiento de sus atributos, no expresión de pensamientos llenos de pánico.
• El ruego. Nuestro clamor humilde comunica nuestra total dependencia del Dios todopoderoso.
• La acción de gracias. Debemos acercarnos a Dios, no con reproches o quejas, sino con gratitud porque Él usará finalmente la dificultad para nuestro bien, como lo ha prometido (Ro 8.28).
Filipenses 4.7 dice que si traemos nuestras peticiones a Dios, el resultado será su paz maravillosa e inefable. Siendo así, debemos aprender a ir a Él primero, y no dejarlo como el último recurso.
Dios te bendiga!
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