31 de julio de 2013
La gracia es la bondad y la benevolencia de Dios para con quienes no las merecen ni tampoco pueden ganarlas.
Cada día, Dios hace posible que nuestro corazón lata, que nuestro cuerpo sane, y que podamos dar y recibir amor, aunque lo rechacemos. Dios ofrece perdón a los rebeldes, libertad a los pecadores y comunión personal con Él. Toda persona que pone su fe en Cristo como Salvador tiene acceso al trono de la gracia, donde el Redentor sirve como sumo sacerdote, intercediendo por los suyos (He 4.16; 7.25). Sabemos que podemos acercarnos a Dios con confianza, porque no hay ninguna condenación para quienes pertenecen a Él (Ro 8.1).
Pero no siempre fue así. Israel, el pueblo elegido de Dios, vivía bajo la Ley, no bajo la gracia. Porque ellos, al igual que nosotros, fueron desobedientes, Dios en su misericordia estableció el sistema de sacrificios para darles temporalmente y de manera simbólica el perdón de pecados.
Pero Jesús nos da un perdón permanente, porque su muerte fue el pago hecho por todos los pecados cometidos —inclusive los futuros (7.27). Ningún humano común podía obedecer cada aspecto de los 613 mandamientos divinos dados por medio de Moisés. Pero Cristo cumplió la Ley por nosotros, y la gracia hace que ese cumplimiento cuente a favor nuestro. Nuestro Salvador sacrificó su vida por nosotros y, como resultado, podemos acercarnos al trono del Señor directamente.
Permita que esta verdad impregne su corazón y su mente, para que pueda convertirse en una expresión del amor, la bondad y la benevolencia del Señor para con los demás.
Dios te bendiga
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