Leer | JUAN 1.14-18
30 de julio de 2013
Imagine que usted recibe un regalo grande envuelto hermosamente sin que haya una ocasión especial —quien se lo envió simplemente decidió hacerlo. Dentro de la caja hay algo muy especial. Con emoción, lee la tarjeta para saber quién pudo haber sido tan generoso. Para su sorpresa, se entera de que es alguien que usted ha estado evitando ¡y con quien ha sido poco amable! ¿Qué hace usted?
Este escenario es una imagen de la gracia del Padre celestial al enviar a su Hijo Jesús al mundo por nosotros. No había ninguna ocasión especial; Dios simplemente tuvo el deseo de hacerlo. El regalo llegó, a pesar del hecho de que estábamos ignorando al Señor, o rebelándonos contra Él. Esto es gracia —la bondad y la benevolencia de Dios extendida a quienes no la merecían y no podían ganarla.
En el Hijo, vemos revelada la plenitud de la bondad de Dios. El Señor Jesús cumplió todos los requisitos de la ley divina al vivir una vida perfecta en la Tierra; por su vida sin pecado como hombre, Él estuvo calificado para pagar el precio por nuestro camino rebelde. Lo hizo al sacrificar su vida en la cruz para pagar por todos nuestros pecados —pasados, presentes y futuros. Por eso, cuando recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, Dios cuenta su muerte como el pago por todo lo malo que hemos hecho. Y además, al ser salvos, la vida perfecta de Cristo es contada como nuestra; su justicia se convierte en nuestra por la fe (Ro 4.5).
¿Qué hará usted con el regalo de gracia de Dios —rechazarlo, o aceptarlo y esforzarse por conocerle? Y si usted ya conoce a Cristo, ¿valorará este regalo por siempre?
Dios te bendiga!
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Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor. Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa , y que no haya entre vosotros divisiones , sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer . Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y y
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