Leer | Salmo 145.18-21
21 de julio de 2014
Todas las personas, incluso los seguidores de Cristo, podemos llegar a desear cosas que estén fuera de los planes de Dios —deseos que con mucho esfuerzo podemos hacer realidad.
Tener deseos es bueno, pues las metas nos estimulan y dan dirección a nuestra vida. Pero queremos que nuestros objetivos coincidan con los que Dios tiene para nosotros. Los anhelos contrarios a los propósitos del Señor tienen el poder de corromper el cuerpo, la mente y el espíritu, y hacer que los creyentes caigamos en tentaciones (2 P 2.9, 10; 1 Ti 6.9).
¿Cómo podemos saber si nuestros deseos son correctos? Un objetivo piadoso suele ser específico y firme, y resistirá una evaluación que se haga con oración y estudio de la Biblia. Por el contrario, un deseo equivocado no cumple con estos criterios. Por ejemplo, algunas personas tienen solo una vaga sensación de lo que quieren de la vida, o su anhelo se convierte fácilmente en otro con el cambio de las circunstancias. Pero lo más peligroso es la meta incompatible con el estilo de vida de un creyente. En tales casos, el creyente no ha considerado dos preguntas vitales: ¿Quiere Dios esto para mí? y ¿Puedo seguir a Cristo y este objetivo al mismo tiempo?
Muchas de las cosas que deseamos no son mencionadas específicamente en la Biblia; no nos dice: “Haz esto”, “No hagas esto”. Es por eso que Dios nos ha dado acceso a la sabiduría y al discernimiento del Espíritu Santo. Debemos evaluar en oración nuestros deseos para asegurarnos de que estemos dentro de la voluntad del Señor, y concentrados en su propósito para nuestra vida.
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